sábado, 10 de octubre de 2015

El Otoño y los Ríos Leoneses.

Dicen que en León solo hay dos estaciones : el invierno y la del tren, pero lo cierto es que el otoño, aunque corto, es en esta tierra una época de disfrute para los cinco sentidos, lo sabe bien el pescador cuando su nariz se llena de frondosidad de ribera, de líquenes, de hongos, de madera verde y hojas secas recién caídas.

Río Esla

En esta estación, los ríos se ponen el fastuoso vestido de la nostalgia y fluyen en suaves murmullos de risas y lágrimas, transmitiéndonos un sentimiento de añoranza hacia tiempos pasados, a la vez que nos invitan a recoger los aparejos que tantas satisfacciones nos han proporcionado a lo largo de la temporada.

Para los árboles ha llegado la hora de la metamorfosis cromática, sus hojas ceden el color verde a los ocres, amarillos y vermejos, formando una variedad de tonalidades capaz de acallar la paleta del mejor pintor, mientras que los chopos, los más genuinos representantes de nuestro soto, se van despojando lentamente de su vestido de oro y,cuando el viento otoñal les quita sus amarillas hojas, caen estas al río provocándole la dulce sonrisa de ondulantes círculos, y se van muy lejos, muy lejos de la paterna rama, a servir tal vez de mantillo a otros lejanos árboles de la misma orilla, o perderse en el mar lo más seguro.

Tan sólo turba la serena marcha del río algún ave, que rozándole con el ala mientras vuela por el aire, pica de paso el pellejo de las aguas, o algún pez que desde el sereno líquido en que nada, suve a picar también el pellejo del río, mientras el tímido sol riela las aguas que el viento al acariciarlas riza, y le saca plateados reflejos provocándole candenciosa danza de luminosas lentejuelas, diríase que el río, larga serpiente multicolor, dormita en la ribera y tiembla con escalofríos de gozo al calor que el sol le presta, y hace brillar así sus escamas de plata.

Río Porma

Vemos en las aguas el reflejo tembloroso de los árboles marginales, fijos al terreno que nacieron, y cuando el río se serena y está quieto, vemos retratado el cielo, entonces parece que la azul inmensidad continua debajo de el, y que es la tierra firme verde capa tendida en los celestes campos.

Cruzan las nubes por encima y por debajo de ella y, suele suceder entonces que va poco a poco convirtiéndose nuestra quietud en aparente marcha opuesta a la del curso fluvial, lo sabe bien el mosquero que tiene a la mosca por hito de su mirada, y es como si remáramos en una isla flotante sobre el mar azul del cielo, aprendiendo así la quietud que sustenta el curso de la vida, por agitada que esta sea.

Penetrar en este misterio de la naturaleza, no es solamente un placer para los sentidos, sino también para el espíritu, que se enriquece por la paz y la serenidad al olvidarnos por completo del mundo exterior.