viernes, 14 de julio de 2017

La Trucha de Sardonedo y Yo.

Con la sonrisa en el pecho y la ilusión del niño que sale a jugar al recreo, y con la secreta esperanza de que alguna trucha tomara la "zanahoria", vadeé el río hasta alcanzar la cabecera de la tablada que había estado observando mientras me cambiaba. Me aproximé con sigilo a un pozo alimentado por una torrentera y me dispuse a estudiar la situación.

La mayoría de los pescadores que practicamos abitualmente esta técnica de pesca " al hilo ", tenemos una fascinación, una especie de atracción mística por los pozos y aguas profundas, intuimos que allí, en las profundidades, puede estar oculta la trucha de nuestra vida, por eso cuándo hoy entré al río, después de percatarme de que no había ningún pescador a la vista, me fuí derecho al pozo, a ese oscuro objeto del deseo.

Coto de Sardonedo. 
El monótono rugir de la torrentera, junto con el oscilante verde follaje de la orilla, el silvar pausado de las hojas de los árboles, y todo un mar de ramajes que cimbreaba a impulsos de la brisa, imperaban en la atmósfera de una mañana fresca y ventosa saturada por los aromas de las matas silvestres.  Iluminándolo todo, un sol receloso que empezaba a entonarse entre nubes blancas que iban apareciendo en el mar azul del cielo en cuya inmensidad flotaban algunas estrellas rezagadas, como esas hermosas mujeres que después de una noche de orgía se dirigen soñolientas al hogar, con el vestido deslucido, las flores marchitas y los ojos empañados por el desvelo.

En realidad más que un pozo era un tramo largo de aguas profundas,  protegidas por una exhuverante vejetación, así que puse especial cuidado en no enredar en las ramas el aparejo de dos perdigones, una zanahoria en punta, y un plátano más arriba.
Estos lances con un hilo tan fino y dos bolas de tungsteno, no te permiten rectificar en el aire como una mosca seca y una línea convencional, si calculas mal y el lance te sale largo, lo más probable es que los perdigones terminen enredados en alguna rama de la orilla.

La postura y la torrentera al fondo. 
La zona cubierta por la vejetación era la más profunda, por lo que decidí que los perdigones deberían pasar rozando el ramaje semisumergido. El lance fué preciso y perfecto, yendo a parar a la cabecera de la torrentera, haciendo que los perdigones ganasen profundidad a medida que derivaban hacia la postura elegida.
Al llegar los perdigones a mi altura, sentí un toque muy suave, casi imperceptible que me hizo pensar que las truchas no estaban ni por las frutas ni por las hortalizas, volví de nuevo a lanzar al mismo sitio y esta vez noté un tirón fuerte y seco al final del recorrido, justo cuando los perdigones comenzaban a ascender a la superficie por el efecto de la presión que egercia la corriente sobre ellos.

El hilo quedó entonces fijo en un punto del lecho del río, sin moverse en ninguna dirección, levanté la caña casi en vertical y apreté con fuerza el hilo contra el corcho de la empuñadura, el puntal se arqueó como una vilorta, parecía un penitente sediento de clemencia. Ya la tengo pensé... sin duda debe ser grande; pero seguía sin haber ninguna reacción, destensé y volví a tensar un par de veces, el hilo silvaba al cortar el agua pero todo seguía igual, pensé que quizás había enganchado en alguna rama sumergida, volví a tensar y destensar varias veces más inclinando ligeramente la caña hacia uno y otro lado con el fin de recuperar los perdigones o perderlos definitivamente.

Al cabo de un rato, mientras pensaba como salir mejor de aquella situación, noté una leve vibración en la mano que sujetaba la caña, una especie de traqueteo que me resultó familiar, fué entonces cuando supe que tenía clavada una trucha, y mi semblante cambió de repente, pero el hilo seguía fijo bajo la vena gruesa de la corriente que empujaba con fuerza en aquel tramo profundo, y no había forma de moverla, había allí algo mitad mío que tiraba con furia sin doblegarse en lo más hondo del agua, era consciente de que un movimiento violento de la trucha o de lo que fuera, sería suficiente para romper el fino terminal, así que procuré no hacer nada extraño que la asustara.

Coto de pesca de Sardonedo. 
Quieto como una estatua, intentaba recuperar algo de hilo para probocar que se moviera, pero no podía, la tensión hacía que continuamente se resbalara de entre mis dedos, aveces, ni siquiera sabía dónde lo tenía, pensé para consolarme que seguramente era el precio que había que pagar por pescar con hilos tan finos, sí pescara con hilos más gruesos, no me pasaría esto, pero entonces no sería igual, esta técnica perdería parte de su efectividad.

Después de cinco o tal vez diez interminables minutos empezó a moverse. De repente todo sucedió muy rápido, no se como, pero en décimas de segundo se llevó quince o vente metros de hilo, haciendo alarde de una increíble fuerza, fué maravilloso verla descolgarse aguas abajo a toda velocidad, al son de la ronca sinfonía como de tela rasgada que entonaba el vivarelli, regalándome al final del viaje una expectacular cabriola en el aire decorada con un gran aro de espuma que recordaré por mucho tiempo.

Ahora estaba seguro de que la vista no me engañaba, de que se trataba de un hermoso ejemplar de trucha. La dirección del hilo indicaba que todo seguía su curso normal, pero inesperadamente se volvió a clavar en el fondo como una roca, y eran inútiles cuantos esfuerzos hacia para moverla. De nuevo otra vez el hilo zigzagueaba en el agua, y otra vez volvía a resbalarse de entre mis dedos, parecía que el mismísimo diablo disfrazado de trucha tirase desde las profundidades, empezaba a sentirme algo excitado, pero aún podía mantener firme mi brazo, me acordaba en ese momento de MacLean y sus pozos del tiempo, pero no era capaz de saber si estaba entrando en uno de ellos o simplemente estaba inmerso en un fugaz estallido de la vida.

Pasaba el tiempo y los segundos se hacían interminables, el hilo seguía tenso y el puntal arqueado, empezaba a dudar si la trucha seguiría clavada o se habría liberado del anzuelo enredando el bajo en alguna de las raíces sumergidas, ahora si empezaba a sentir el brazo agarrotado y la mano algo entumecida, como si me faltaran fuerzas para seguir manteniendo el hilo en tensión, y como en tantas ocasiones me vino a la memoria los recuerdos de mi juventud, de aquellos años locos lanzando y vadeando el río todo el día sin parar, saltando cercas y torrenteras acarcavadas, descrestando peñas por riberas encañonadas y barrancos profundos, avanzando entre juncos y espadañas, caminando por sendas y atajos separando las traicioneras zarzas rastreras y mil herbazales que se agarraban al vadeador como lapas, cruzando praderios y maizales interminables, y cientos de pequeños arroyos,  bajo la lluvia y el sol, entre tormentas y heladas, entre el fango y el barro, entre ilusiones y ensoñaciones pueriles, ¡Dios mío! ¡que tiempos aquellos!

Coto de Sardonedo. 
Siempre recurro a la  melancolía para  relajarme, los recuerdos del pasado se aferran a uno como si formaran parte del cuerpo, pero no puedo permitir que se transforme en un vicio, no me ha llegado aún ese triste periodo de la vida de los recuerdos, en que el hombre pasa largas horas con la mirada puesta en el ocaso, pensando lo que hizo y no volvería a hacer, si bien es verdad que el pescador por viejo que sea, siempre tiene algún resto de esperanza en el santuario de su corazón, para disculpar su decadencia y rechazar la jubilación que el despiadado tiempo le presenta.
Pero... ¡que le vamos hacer! El hombre es débil, vive siempre soñando con la perfección humana que no consigue jamás, llega a la vejez y se irrita contra las anomalías y caprichos de la naturaleza, busca excusa a sus debilidades, a sus torpezas y a sus chocheces, sin poderse explicar por qué a manera que se caen los pelos de la cabeza dejándola semicalva, crecen con más fuerza y vigor los de las cejas, cuando tan poca distancia hay entre ellos. ¡ay amigo pescador si yo le contara! Esos pelos rebeldes, cuantos disgustos han causado y causan a los pescadores mayores. Yo por mí se decir que cuando en la superficie del agua veo varias moscas juntas flotando, no se cual es la mía, y cualquier sombra sospechosa me parece una trucha, los pelos de las cejas me desconciertan y la vista me engaña. Muchas veces he estado a punto de afeitarme las cejas, pero la pícara vanidad me ha hecho dejar las tijeras en el estuche, pues reconozco que estaría más feo de lo que soy con las cejas rapadas.

La Trucha.
Mientras me sentía enfrascado en estos pensamientos, el pequeño milagro ocurrió, la trucha empezó a moverse y sentí de nuevo un gran alivio. Entonces la vi por primera vez a pocos centímetros de la superficie, su cuerpo totalmente aerodinámico, me pareció un obús con aletas, me fijé en su cola que era tan grande como la palma de mi mano, casi no lo podía creer, era la trucha más grande que había visto en mucho tiempo, y me sentía feliz.
Después de algunas cortas carreras y coletazos, fué perdiendo vigor en su porfiria por desprenderse del traicionero perdigón que prendía de su boca, sus movimientos empezaban a volverse lentos y torpes y, poco a poco pude acercarla a la orilla para poder sacarla por la cola, pensé que así sufriría menos su cuerpo y, sobre todo su piel que con la red.

La emoción del momento me embargaba, apenas podía manipular el teléfono para inmortalizar con una fotografía el instante tan maravilloso que estaba viviendo, ni fuerzas me quedaban para levantarla.
Mientras la observaba boquiabierto como si fuera la primera vez que veía una trucha, bendije el día que vino al mundo un animal tan bello, era como una llama expuesta a los rayos del sol, en la que sobresalía una librea dorada de color amarillo ámbar florecida de rubíes, con escamas centellantes que parecían pequeñas pepitas de oro incrustadas en su resbaladiza piel, ocelada de pintas rojas y negras, ribeteadas de un aro blanco pálido.
¡Que grande es la Naturaleza! que se emplea a fondo para protegerlas, facilitándolas el engaño con los disfraces de formas y colores tan diversos  como el propio lecho del río donde viven. Así son las truchas de Sardonedo, por que así lo ha dispuesto sabiamente la Naturaleza, fuertes y bonitas.

La "Zanahoria"
Me dispuse a devolverla la libertad en la soledad más sublime y pasmosa, más admirable y epléndida, sin más testigos que la propia conciencia ni más jueces que Dios, tan solo la cámara de fotos del teléfono como notario de excepción.
Ya dentro del agua, muy cerca de la orilla donde la corriente perdía fuerza, la retuve cuidadosamente entre mis manos, y empecé a moverla hacia adelante y hacia atrás para que el agua hiciera su trabajo.
La trucha al principio parecía no racionar, como si no quisiera luchar por conservar la existencia, como si estuviera cansada de soportar tantos desengaños sufridos a lo largo de los años, pero la realidad era distinta, el esfuerzo por liberarse del falso alimento no había sido poca cosa y estaba agotada, tanto como lo estaba yo que tuve que arrodillarme para poder seguir reabilitándola, pero no la iba a dejar a su suerte, estaría todo el tiempo necesario hasta que notara que ya estaba lo suficientemente fuerte para soltarla.
Después de cinco o tal vez diez minutos empezó a mover languidamente su cuerpo, al principio eran sólo tímidos movimientos, pero pronto fueron incrementándose y las branquias empezaron a bombear, hasta que noté que quería marcharse, entonces la solté para que se recuperara definitivamente en las profundidades del río donde tenía su morada.

Para el pescador deportivo, hay pocas situaciones que le proporcionen tanta satisfacción como ver a la trucha que ha tenido entre sus manos alejarse desde la orilla resignada pero con nobleza y dignidad, después de haber luchado hasta la estenuación por conservar su libertad. Nada puede compararse, entonces es cuando comprendemos que el pez en si mismo no es el objetivo de nuestra pasión, ni un trofeo de pesca, ni una captura para medir nuestra vanidad, para el pescador deportivo, el pez es su amigo, capaz de brindarle recuerdos y momentos que guardará para siempre en su memoria. Es aquí cuando el espíritu deportivo del pescador alcanza su máxima expresión, que no en balde el hombre siente su superioridad sobre los demás animales, no cuando los mata, sino cuando una vez dominados es capaz de conservarles la vida. El pescador entonces se eleva sobre si mismo y se convierte un poco en aprendiz de los dioses, o tal vez de ese mismo y único Dios creador.

El "plátano"
Mientras la contemplaba alejarse, pensaba la suerte que había tenido ese día, en otras circunstancias lo más probable es que hubiera terminado en la cesta de algún pescador y luego en algún contenedor. Pienso que es injusta la vida con estas truchas, porque su único pecado ha sido tener la mala suerte de vivir y crecer en un determinado tramo del río, a muy pocos metros del límite que separa la vida de la muerte.

La emoción se reflejaba en mi rostro, había conseguido engañarla con una "zanahoria" en su propio medio, allí donde ella se setía segura y, vencerla en su estrategia de defensa, y la había devuelto su libertad para que de nuevo se convirtiera en un desafío para otro pescador, y poder soñar como yo, porque en la pesca participan pescador y pez, y si no hay pez no puede haber pescador.

¿Quién me iba a decir después de tantos años pescando el Órbigo que estaría engañando a las truchas de Sardonedo con una "zanahoria"? ¿ Quién iba a pensar que aquellas enormes truchas, invulnerables entonces se las podía engañar con esta mortífera mostacilla? Cuanto tiempo perdido haciendo la "garita", y cuanto tiempo malgastado dedicado a montar complicadas imitaciones de rancajos, gusarapines y frailucos. Sin embargo sigo pensando que no existe más arte en la pesca con mosca que montar en el torno varios gusarapines con pelos y plumas, y luego pescar con ellos en torrenteras y aguas agitadas de nuestros ríos, pero justo es reconocer que estos artilugios son muy efectivos, casi tanto como el propio gusarapin natural.

No me entraba en el cuerpo tanta alegría, me sentía como un torero dando la vuelta al ruedo con una oreja en cada mano, un hecho tan simple como capturar una hermosa trucha, es capaz de crearme un estado de ánimo particular, una especie de estado de gracia, ¡cuántas enfermedades se curarian si pudieran someterse los hombres al tratamiento de la pesca! De repente se olvidan de un plumazo tantos y tantos sinsabores, tantos días de acabar con el brazo roto y la espalda deshecha, tantas frustraciones y tantos esfuerzos. Es increíble que a estas alturas de la vida, uno todavía siga disfrutando de estas cosas, tratando de engañar un pez que luego devolvemos al agua. ¡Pero es que en el seno de esta naturaleza el hombre es otro! ¡olvida las penas! ¡se cree que está en otro mundo!

Con el brazo aún caliente y los recientes recuerdos de la lucha con la trucha, me senté en la orilla y respiré con avidez el aire puro y fresco de la mañana, seguido de un instante que me pareció eterno, en el que nada necesitaba ni nada añoraba, el Órbigo de nuevo me había regalado unos minutos únicos, de esos que todos los pescadores soñamos tener alguna vez. Me sentía a gusto y dueño del tiempo, como si tubiera toda la eternidad por delante para disfrutar de momentos como este, al fin y al cabo, quien más quien menos en alguna ocasión se ha sentido un poco niño por la ilusión de capturar una hermosa trucha, y un poco Dios por la grandeza infinita de devolverla la libertad.

Acaso sea aquí, en la soledad del río donde me sienta más vivo, la ciudad me quita el humor y me arrebata los placeres de la pesca y de la Naturaleza. Cada vez más, necesito oír la solemne sencillez del rugir de la torrentera y el silvido de las hojas de los árboles, y hallo en cada captura una nueva historia que contar, y en cada salida de pesca una nueva aventura para recordar, esto hace que mis pensamientos se desligen de las inquietudes cotidianas por agitadas que estas sean.

Seria estupendo que la Junta gestionara este tramo como sin muerte, es uno de los últimos reductos que nos queda para recordar viejas glorias, si no, muy pronto solo nos quedará esa mirada fría y hueca para recordarnos lo mucho que hemos perdido. De la misma manera que un día alguien eligió pescar y devolver en lugar de pescar y matar, debemos continuar evolucionando, es a mi juicio el único modo de seguir creciendo en la educación de una pesca deportiva, el único modo de asegurar y transmitir a las nuevas generaciones nuestra pasión por la pesca.

7 comentarios:

  1. Muy bonito e interesante relato desde el principio al final y aun para mi que ...me cuesta sacar las ninfas,,un fantastico final.Pues se me habia pasado lo del cea hasta que lei aqui un amigo de La Cueva y es que este joven pesca mucho la cabecera del torio como dos veces al a;o y no m ehabia mencionado nada del cea y se me habia olvidado preguntar lo del trasavse ..si no,lo pregunto en pescaleon donde entro bastante.Un saludo amigo.

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  2. Muy bonito e interesante relato desde el principio al final y aun para mi que ...me cuesta sacar las ninfas,,un fantastico final.Pues se me habia pasado lo del cea hasta que lei aqui un amigo de La Cueva y es que este joven pesca mucho la cabecera del torio como dos veces al a;o y no m ehabia mencionado nada del cea y se me habia olvidado preguntar lo del trasavse ..si no,lo pregunto en pescaleon donde entro bastante.Un saludo amigo.

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  3. Mi amigo cuyo padre es de esa zona del cea me acba decir no sabe nada de algun trasvase.

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    1. No te preocupes, ya intentaré yo informarme. Un saludo 👍☺.

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  4. Bonito relato...al pareaqui va otra vez,saludos.cer no aparecio mi comnetario,

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    1. El motivo de que no apareciera tu comentario se debe a que estaba aún pendiente de moderación. Disculpa por la tardanza. Un saludo grande 👍☺.

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