viernes, 1 de diciembre de 2017

El Ceremonioso Ritual de la Reproducción de las Truchas Leonesas.

Como todos los años por estas fechas, miles de pescadores estamos haciendo nuestras particulares previsiones y concibiendo nuestras secretas esperanzas en lo que nos deparará la próxima temporada. Mientras tanto, las pocas truchas salvajes que aún nos quedan, se preparan para el solemne ritual de la reproducción.

Después de meses de asedio y persecución por parte de los apasionados pescadores, las truchas se han ganado un merecido descanso, la "calma" llega de nuevo a los ríos leoneses. Para muchos de nosotros ya ha comenzado los sueños de la próxima temporada, nos dedicaremos a recorrer las zonas trucheras donde en muy poco tiempo las truchas aran acto de presencia en los frezaderos, entonces tendremos que estar muy atentos y vigilantes para que todo el proceso del desove de las truchas transcurra en las mejores condiciones posibles, al menos para que los cormoranes y furtivos tomen nota de nuestra presencia.

Las puras y cristalinas aguas de nuestros ríos y arroyos tributarios, se preparan y se visten de gala para recibir en pocas semanas, el magnífico y solemne ritual de la reproducción, convirtiéndose por unos días en testigos de seduciones y romances, un fascinante episodio del ciclo biológico de nuestras populares "pintonas", la reina del reino de los ríos leoneses, la trucha común, la salmo trutta fario, perteneciente a la familia de los salmónidos y seña de identidad de nuestros ríos, otra de tantas riquezas naturales que atesora esta maravillosa tierra.

El gran instinto de supervivencia con que están dotados estos admirables peces, los hacen celebrar este ritual cada nuevo invierno, solo los ejemplares más fuertes serán capaces de transmitir sus reservas genéticas, es la selección natural.

Llegada de las truchas a los frezaderos. 

Entretanto, el otoño en nuestros ríos es pura armonía y tranquilidad, y las truchas parecen contagiarse de este ritmo de vida. Las riberas poco a poco se van transformando, cambiando el color verde de las hojas de los árboles por tonos amarillos, ocres y vermejos, hasta que se secan y caen al suelo ayudadas por el viento y las primeras lluvias otoñales. La vejetación muda así su vestimenta regalándonos lienzos naturales de belleza insólita.

El suelo agotado y reseco por la insolación del estío y las escasas precipitaciones, cambia su imagen y se transforma en un mullido tapiz con las primeras lluvias otoñales, no se oyen ni las pisadas al caminar, sólo el suave susurro de la corriente quiebra el silencio otoñal de los días calmos, parece ahora un campo lleno de flores saturado de aromas de líquenes y hongos, como si la naturaleza previendo lo que se avecina, nos quisiera agradar con una segunda primavera antes de ponerse el fastuoso vestido de la nostalgia, es uno de los medios de que dispone para hacernos felices, al tiempo que nos prepara admirablemente para el solemne edagio del invierno.

Otoño en el Esla.
Otoño en el Esla. 

Ha llegado el momento de hacer un último acopio de energías, el esfuerzo que las espera no va a ser poca cosa y han de estar pletóricas para cumplir con éxito su objetivo de perpetuar su especie.

Ahora, el nivel de alerta de las "pintonas" es menor que en época de pesca, en estos últimos días del otoño reponen fuerzas con regularidad, de hecho pueden pasarse todo el día alimentándose. Acercarse al río y verlas comer en superficie es todo un espectáculo para la vista, decenas de anillos mágicos dibujan círculos en la superficie del agua, las truchas no se cansan de comer insectos que arrastra la corriente, produciéndose esas ondas que delatan su presencia, dando lugar a uno de los momentos más extraordinarios que se pueden vivir en la pesca con mosca.

Río Porma en otoño. 

Las condiciones ambientales de hoy no son las mismas de hace unas décadas, el aumento progresivo de las temperaturas hace que cada vez nieve menos y los ríos leoneses se resienten de esta realidad. El cambio climático está haciendo que los períodos estivales y otoñales sean cada vez más secos y prolongados, con inviernos más cálidos disminuyendo la frecuencia y amplitud de las crecidas que antaño eran más frecuentes con el deshielo y las lluvias primaverales para limpiar los fondos de los ríos y crear un hábitat ideal para la fauna imbertebrada y la reproducción de las truchas.

En la actualidad existen una gran cantidad de amenazas sobre los ya de por sí frágiles ecosistemas de nuestros ríos: expansión de parásitos, enfermedades que atacan a los peces, colmatación de los fondos etcétera.
Con este progresivo deterioro, las truchas tanto alevines como adultas, tienen menos alimento disponible y menos lugares donde desovar de forma adecuada y segura, lo que se traduce en el envejecimiento y desequilibrio de las poblaciones, aumentando cada temporada el riesgo de que nuestras populares  pintonas salvajes puedan llegar a extinguirse a medio y largo plazo, y da igual que se declare a la trucha especíe de interés preferente.

En nuestro día a día, no nos damos cuenta, pero poco a poco, silenciosamente y de una manera inexorable, estamos destruyendo toda la herencia que nos dejaron nuestros mayores. El falso progreso en el que estamos inmersos nos hace olvidar la obligación de guardar ese legado, y no queremos asumir la necesidad imperiosa que tenemos de proteger nuestro hábitat, nuestros ríos...

Que la pesca de la trucha agoniza, es una dramática realidad. Este bello deporte, arraigado en esta tierra desde hace siglos, y que pertenece a la ocupación más pura de la felicidad humana, se halla a punto del desvanecimiento.
Cada temporada, la escasez de truchas en nuestros ríos leoneses  (salvo tramos repoblados), es más extrema y notoria. Cada vez se hacen mayores esfuerzos y más prohibiciones para contrarrestar esta decadencia: mejores leyes de pesca y mayor rigor en su cumplimiento, creación de tramos sin muerte, vedados, vigilantes de pesca, etcétera, pero con todo ello no se logra contrarrestar el resto del progreso humano, que al ir "humanizando" el planeta desaloja de él la expontaneidad de la Naturaleza.
A duras penas se logra sostener la perduración de nuestra trucha salvaje, solo a costa de mucho dinero invertido en repoblaciones y cortapisas de todo tipo, provocando con esto que la pesca se vuelva en demasía artificial, y perdiendo su más exquisito sabor : el selvatismo bronco de los ríos de antaño y el salvajismo de los peces.

El hombre está condenado a progresar, no puede volver a ninguna edad pasada, está consignado quiera o no, a un futuro que es siempre nuevo y distinto, llamémosle o no progreso, y esto significa que el pescador está condenado si nadie lo remedia a irse de los ríos y de la naturaleza. Queda así reducido el deporte de la pesca de la trucha a las competiciones y poco más, con peces degenerados como lo es el hombre mismo, peces que han perdido mucho de sus instintos, si bien es verdad que a fuerza de tanto maniqueo han depurado otros.

El error de creer que nunca faltarán peces salvajes en nuestros ríos, brota de la misma raiz que sustenta la creencia en que antes había muchos, y también de la falsa idea que se tiene de ellos.
A la trucha salvaje se la imagina dotada de una enorme resistencia biológica, y no es cierto, todos los seres vivos que habitan nuestros cursos fluviales son de una inestabilidad biológica extrema. Cualquier circunstancia desequilibra su estabilidad y la extingue. Por eso su localización ha sido siempre muy circunscrita a condiciones ambientales precisas : pureza, axigenación y temperatura de las aguas, etcétera. Carecen de la fabulosa plasticidad del hombre que le permite adaptarse a todos los medios. 《... "Derramósele la melancolía por el corazón"》, dice Cervantes con precisión clínica de Don Quijote cuando, vencido por el de la Blanca Luna, se le aparece el mundo desteñido y, devilitado los bríos, va a inclinarse hacia la muerte. Pero esa melancolía de nuestro genial atontolinado es tortas y pan en comparación con la melancolía de nuestras "pintonas", que se nos mueren de tristeza apenas se modifica su hábitat. Por eso es casi imposible mantenerlas en estado salvaje.

La realidad es que hoy no pescamos más que unos cuantos "locos", donde solamente la afición y la siempre esperanza de engañar alguna trucha, hacen llevaderos esos casi continuos fracasos, esperando que la providencia se acuerde de nosotros y haga el milagro de que un día, la situación cambie en bien de todos.
La pesca deportiva de la trucha, el único deporte verdaderamente social, el más sano de los ejercicios y el más moral de los placeres, requiere la atención de las administraciones y de los ciudadanos, porque su prosperidad interesa a todas las ramas del comercio, de la industria y del progreso del territorio.

Este panorama de hoy no puede en modo alguno significar desesperanza. Cada hora tiene su afán, como dijo un político de los de antes, y si bien no puede pensarse en que las cosas vuelvan a lo que fueron, pues su momento pasó, hay que tener fe en un porvenir en el cual, quien de ello se encargue, comprenda el interés y la riqueza que la pesca de la trucha representa, y la encauce debidamente, haciéndola resurgir.

Puerto o azud, río Porma.  

La reproducción 

Los bajos niveles de los ríos son ahora el denominador común, tanto los naturales como los regulados por pantanos se encuentran con unos caudales exiguos, en éstas circunstancias apenas pueden esconder sus tesoros, haciendo más visibles y vulnerables las truchas que moran en sus aguas.

Ya desde finales de primavera, tanto machos como hembras comienzan a desarrollar sus órganos sexuales. En esta época que nos encontramos de finales de otoño principios de invierno, las truchas comienzan a reunirse, el instinto de procrear se pone en movimiento para las truchas que han superado la persecución de toda clase de depredadores. Lo normal es que por estas fechas llegen las primeras lluvias que harán aumentar el caudal, el reclamo perfecto para empezar a remontar los ríos que las mostrará el camino a seguir, la vía de acceso a los frezaderos, entonces comenzará el acercamiento a las zonas elegidas para el desove.

Para conseguirlo, las "pintonas" tendrán que realizar largos y complicados desplazamientos en el que encontrarán todo tipo de obtáculos, tanto naturales como artificiales que han de superar, en ocasiones mediante espectaculares saltos que poco o nada tienen en envidiar al de los salmones, otra demostración más de la fuerza y bravura que las caracteriza. Sin embargo, habrá otras barreras infranqueables como los muros de los pantanos y puertos que las impedirán el remonte, teniendo que frezar entonces en lugares inapropiados, o no lo harán, provocando un grave perjuicio para el normal equilibrio de las poblaciones.

Tiempos de amores y cortejos. Los machos buscan ansiosamente a las hembras. 

Los árboles de hoja caduca se aprestan para pasar el frio invierno y se disfrazan de yermos candelabros, indicativo de que el invierno definitivamente ha llegado, y pese al cambio climático y al maltrato que a diario tiene que soportar nuestros ríos, siguen teniendo vida, más vida si cabe que en otras épocas del año, entonces se convierten en testigos de seduciones y romances de machos y hembras que han conseguido llegar a sus destinos.

Tiempo de amores y cortejos 

Diciembre y enero son sinónimos de apareamiento de los salmónidos, las primeras "pintonas" ya se encuentran en sus zonas de desove, en unos casos será en las cabeceras de los ríos y arroyos tributarios, en otros en sus cursos medios y bajos, cauces de montaña y de llanura donde tendrá lugar el ceremonioso ritual de la reproducción de las truchas leonesas.

"Las cristalinas aguas" del Torío, Curueño, Yuso, Bernesga, Dueñas, Luna, Valcarce, Burbia, Tuerto, Omaña, Boeza, Valderaduey, Tremor, Valdesamario, Sil, Eria, Duerna, Isoba, Orza, Cabrera, Cea. Esla, Porma, Sella, Porcos, Ancares, y... tantos otros ríos y arroyos que vertebran esta provincia de norte a sur, y de este a oeste, son todos marcos naturales de belleza incomparable, que nos permiten en estas fechas del año, disfrutar por unos días contemplando el fascinante espectáculo del desove de nuestras truchas.

En estas primeras semanas del invierno, generalmente los ríos no guardan ninguno de sus tesoros, ahora enseñan lo que realmente tienen, algunas truchas bonitas como esmeraldas, en las que sobresalen sus libreas verdosas y amarillentas. Los grandes ejemplares que apenas se dejan ver durante el resto del año, pierden parte de su instinto de protección, aciéndoles más vulnerables a los depredadores, consecuencia del amor ciego a la llamada de la reproducción.
En estas circunstancias de alocamiento se comprende sea mayor la facilidad para el furtivo aproximarse a estos grandes ejemplares, no sólo porque la excitación de su estado les hace perder el recelo innato en ellos, sino porque además, con su gran tamaño delatan su presencia. Por desgracia esta época del desove es vista por algunos sin escrúpulos como una gran ocasión para capturar alguno de estos grandes ejemplares, que rara vez se dejan ver y mucho menos pescar.

Pocos depredadores del río pueden compararse con nuestros furtivos, implacable exterminador de truchas y más difícil de descartar que una plaga de topillos de campo. Personaje muy astuto, conocedor perfectamente del río donde actúa, un ser ingenioso para crear todo tipo de utensilios ilegales para capturar truchas, burlador de la ley y de la vigilancia, y un gran estratega para conseguir su propósito.  "... a su paso camino del río, con ojos remostados de tragar vinazo, con sus alpargatas toscas, cansadas de aplastar la hierba dura y pisar terrones, va con gran esperanza de las nutridas redadas en los frezaderos serenos, de los repletos garlitos en las chorreras luminosas, de las innumerables sorpresas entre los cantos lisos. Lleva la red al hombro, la nasa reseca y panzuda abrazada por la cintura, el garlito de arcos de madera e hilo invisible pendiente de una mano y la cesta en bandolera, a su paso ladran los perros asustados y, cuando llega a su destino, las nutrias, armiñas y ratas abandonan los despojos de sus presas para volver temerosos a sus guaridas".  

Los furtivos del resto del país son unos niños de teta comparados con los nuestros. Es el hombre que al echarse al río tiene recursos para todo, y si la redada con la garrafa en el frezadero ha sido prodiga con algún buen ejemplar entre sus redes, de sus labios se escapa una mueca de cínica satisfacción por el feliz resultado de su azaña. Pero no se altera por la emoción, ni por el ahogo de su esfuerzo, solo piensa en desnucar sus capturas y enrollar la garrafa, le queda aún por registrar las nasas que fabricó el mismo con varas de mimbre y que las colocó estratégicamente en los cañales, a unos metros de los distintos fregones del río.

Se ha llenado la cesta, algunas truchas hincan sus cabezas en la fresca hierba buscando respiro mientras sus elásticos cuerpos se contorsionan ante la falta de oxígeno que las agota, y si alguna extendida yace en el suelo, es porque perdió su vida ya en la húmeda boca del furtivo, que apretó sus agallas con los dientes, no para acortar su agonía, sino para no perderla. Para el es una práctica casi diaria perseguir truchas.

Pesca destructora egercitada por hombres en cuya sangre se mezcla el elemento celtíbero y el árabe, residuo de razas heroicas y decadentes. ¡Que riqueza sería la pesca deportiva de la trucha para un gran pueblo el leonés trabajada con cultura y con amor! Afortunadamente esta escena del furtivo profesional, en la actualidad se ha superado, aunque tal herencia parece que en cierto modo ha pervivido hasta nuestros días a tenor de lo que se escucha de sus correrías, incluso se ha revitalizado con la nueva Ley de Pesca. Ellos saben que no está bien lo que hacen, pero, ¡que reconcho!, para eso prohíbe la nueva ley de pesca de un modo terminante llevarse truchas de los tramos libres.

Pareja de truchas en pleno ritual reproductivo. 

Entretanto, a escasos centímetros de la superficie del agua empiezan a sonar tambores de guerra, se producen las primeras contiendas entre los machos generalmente más numerosos que las hembras, comienza la pugna por ganarse la compañía de la hembra reproductora. Los machos con más posibilidades de aparearse deforman ligeramente sus maxilares inferiores en forma de gancho, el cual emplean como arma de ataque en las disputas con otros machos, no es raro que alguno de los contendientes termine seriamente dañado, con señales de peleas por el cuerpo y cicatrices que atestiguan pasados enfrentamientos. Cicatrices, mordeduras y rasguños es el peaje que tendrán que pagar algunos para determinar la jerarquía genética. Las infecciones pueden encontrar un hogar en estas heridas, y no es raro ver las secuelas en sus cuerpos que en ocasiones pagarán con su propia vida.

Los machos más grandes hacen ostentación de poder, se aproximan unos con otros, hasta que de esta fase ritual pasan a la fase activa, observándose expectaculares persecuciones y continuos enfrentamientos por cubrir la dorada puesta de la hembra. En este escenario, el macho ganador se llevará la gloria, estableciendo así un orden jerárquico. Los ejemplares que no salgan airosos de estos combates y aquellos otros machos denominados "satélites" que durante todo el proceso de apareamiento han permanecido a cierta distancia, esperarán su oprtunidad y cumplirán un importante y necesario papel de actores secundarios.

La dorada puesta de la hembra. 
Las hembras, cuando las circunstancias se lo permitan, buscarán para sus nidos una zona soleada y oculta, de aguas someras poco profundas, de poca corriente pero bien oxigenadas, y suelo de arena salpicado de pequeñas piedras, esto permitirá una correcta filtración del agua en el nido y una adecuada oxigenación de las huevas, siendo la temperatura obtima de la misma entre los cinco y diez grados C.

Estas posibles ubicaciones de los nidos, provocará en muchos casos que los frezaderos estén en zonas potencialmente peligrosas de fácil arrastramiento por aumento repentino del caudal, y constantemente expuestos a las eventuales riadas invernales.

Las hembras presentan entonces su abdomen abultado por el aumento de los ovarios, desarrollando una papila genital muy prominente a la altura del ano por donde expulsará las huevas al exterior.

Las hembras harán todo el trabajo pesado, ellas serán las encargadas de escoger el lugar adecuado para hacer el nido, de hecho son ellas las primeras en remontar el río seguidas de los machos. El roce constante con las piedras y arena del lecho del río, hace mella en sus cuerpos al desaparecer parcialmente la capa protectora, permitiendo a los microbios atacar más fácilmente sus cuerpos, las lesiones más visibles son una vez más las causadas por infecciones bacterianas.

Un manto blanco cubre la dorada puesta de la hembra. 

Una vez elegido el lugar donde harán el nido, las hembras se ponen de costado y mediante enérgicas y rápidas batidas de la aleta caudal, sacuden las pequeñas piedras del lecho del río haciendo una "cama" donde posteriormente depositarán las huevas.

Estas zonas del río denominadas "fregones", quedarán entonces más claras diferenciándose del resto, siendo por tanto fácil localizarlas, especialmente para los astutos depredadores, entre los que destaca el desmán Ibérico, una prodigiosa criatura ligada a nuestros cursos fluviales sin contaminar, capaz de andar bajo el agua y de nadar con suma facilidad.

En los instantes previos a la puesta, la hembra permanece en posición arqueada con su aleta anal apoyada en el lecho, el macho cada cierto tiempo coquetea con ella, se aproxima, y mediante vibraciones de su cuerpo tratará de estimularla, juegos de seduciones que no tardarán en dar sus frutos. El momento cumbre se acerca, ambos ejemplares ponen sus cuerpos paralelos, completamente excitados con sus mandíbulas abiertas, la hembra entonces despide la vida que lleva dentro expulsando parte de las huevas, al tiempo que el macho hace lo propio con el esperma. Un manto blanco cubre el escenario durante unos breves Instantes, un baile nupcial de apenas unos segundos que dará comienzo a una nueva vida, a un nuevo ciclo vital, todo el esfuerzo realizado se resumirá en un efímero momento.

La fecundación sólo podrá ser posible en los segundos posteriores a la puesta. Los actores secundarios atentos en todo momento a los acontecimientos, también acudirán a expulsar el esperma, reclamando así su parte de protagonismo. La puesta de una hembra puede ser cubierta por el esperma de tres o cuatro machos, de esta manera se evita que las huevas queden sin fertilizar ante una posible esterilidad del macho dominante, es la ley de la Naturaleza.

Hembrión saliendo del huevo 
Embrión a punto de salir totalmente del huevo. 

Mediante el mismo sistema con que hizo la "cama", la hembra cubre las huevas para protegerlas de posibles peligros, descansará el tiempo necesario y volverá a repetir el proceso hasta que haya depositado todos los huevos que lleva en su interior. La segunda y sucesivas puestas las hará en nuevos nidos, generalmente delante del primero. Todos estos nidos hechos por una o varias hebras es lo que popularmente se conoce por "frezadero", y este proceso puede durar unos días, con más actividades a partir del mediodía.

Una vez la freza a finalizado, la hembra deja el nido o los nidos, y no se queda para defenderlos de posibles depredadores, abandona el lugar,  mientras los machos permanecen más tiempo, y si tienen la posibilidad frezarán con otras hembras.

Larva con el cuerpo transparente  (filiforme), y el saco vitelino. 

En condiciones normales, las hembras ponen entre mil y dos mil huevos por kilo de peso, pero un elevado número de ellos, al rededor de un noventa por ciento (90%), serán víctimas de crecidas y pasto de distintos depredadores entre ellos las propias truchas, y se estima que sólo el dos por ciento (2%) del resto llegará a su fase adulta.

El potencial reproductivo de una hembra está determinado por el número y calidad de sus huevas, y consecuentemente por el entorno donde vive y se alimenta. Los huevos grandes y sanos producen alevines fuertes que crecen y compiten mejor que otros por la comida y los recursos que ofrece el río.

El desgaste ha sido desmesurado, tanto machos como hembras descansarán tratando de recuperar fuerzas, permaneciendo aletargados pegados a los fondos de los grandes pozos o entre la maleza sin apenas alimentarse, será con la llegada de temperaturas más cálidas cuando aumente de nuevo su actividad.

Alevines pigmentados con restos del vitelo. 

Las pequeñas piedras depositadas por las hembras sobre las huevas, guardan y protegen con mimo una nueva generación de truchas que están a punto de nacer, aproximadamente dos meses dependiendo de la temperatura del agua, eclosionarán los pequeños embriones denominados "larvas". Estas "larvas" tienen un aspecto inicial bien distinto al que adquirirán días después, la cabeza es relativamente gruesa y el cuerpo es filiforme, osea con apariencia de hilo, en el que apenas se ven las aletas que son rudimentarias, y que en el vientre tienen un gran saco vitelino ocupado por un líquido anaranjado que contiene pequeñas gotas de grasa rojizas que son los restos del vitelo del huevo, y que poco a poco son reabsorbidos para atender las primeras necesidades alimentarias.

Estas larvas inicialmente son muy torpes, no nadan, y se mantienen en los lugares de alevinaje en reposo. A medida que transcurren los días, la cabeza se termina de formar, y las aletas están ahora más definidas, se engrosa el cuerpo al mismo tiempo que disminuye la bolsa con el vitelo, se hacen más activas realizando una natación cada vez más perfeccionada, y ya no se agrupan como al principio, al no ser que sean molestadas.

Alevin con algún resto del vitelo. 

Antes de la total reabsorción del vitelo, los alevines están ya muy pigmentados, pierden su transparencia, se oscurecen cada vez más, empiezan a nadar activamente, se disponen ya en contra de las suaves corrientes y buscan la luz. El alevin todavía con algún resto del vitelo tiene un comportamiento dirigido fundamentalmente a la captura de alimento que le ofrece el río, de esta manera es sustituido progresivamente el alimento procedente del saco vitelino.

Ya en la primera semana de haber comenzado la alimentación que les ofrece el río, comienza la ribalidad entre ellos, de tal manera,  que aquellos de mejor aspecto y más vigorosos, ocupan los espacios acuáticos que les ofrecen condiciones más idóneas, como son los que corresponden a las cabeceras de los remansos o entradas de aguas de algún reguero. Por el contrario, los alevines más pequeños y menos formados,  son relegados a los lugares no deseados por los demás, donde el agua suele estar menos oxigenada y más cargada de materiales en suspensión, como en aguas paradas.

Entre unos y otros, el río vuelve a llenarse de nuevas vidas, una nueva generación de truchas que deberán emular a sus progenitores, y tendrán que enfrentarse a todos los peligros que anteriormente sus padres superaron con éxito, deberán ser tan fuertes como ellos, tan listos y astutos como ellos, y tendrán la obligación de dar continuidad a su especie, y nosotros tendremos la obligación de velar porque todo el proceso de la reproducción transcurra en las mejores condiciones posibles con total normalidad, derribando si fuera preciso barreras infranqueables para facilitarlas el remonte, como son los puertos o azudes obsoletos o fuera de servicio, tendremos además la obligación de proteger y cuidar del medio donde viven. Un tesoro natural que estamos obligados a conservar y entregar a las nuevas generaciones futuras.

En tiempos de veda, se puede igualmente disfrutar del río y de las truchas. 

Más allá de su pesca, podemos disfrutar de ellas todo el año, es solo cuestión de cambiar la caña por un bastón. Para el aficionado que no cifre como única emoción la captura y posterior suelta del pez, para el que con ansia desea cada día aprender algo nuevo de las truchas, la época de reproducción es una buena ocasión. Estudiar su comportamiento y necesidades, nos ayudará a conocerlas y comprenderlas mejor, y a respetarlas como se merecen.

En la pesca deportiva de la trucha, (salvo las competiciones), no es el objetivo a mi juicio capturar el mayor número de piezas, aunque por desgracia se dé mucho este tipo de aficionado, que solo busca la cantidad y si además puede, con comodidad y rapidez. Hay otros muchos lances que representan para el verdadero aficionado motivo de diversión, de interés, de aprendizaje y de recuerdos inolvidables, recuerdos que ningún dinero puede comprar, tiempos que han pasado con desolada rapidez, amistades entrañables que han soportado la prueba del tiempo, amaneceres y puestas de sol...

Lances como seguir la reproducción de las truchas, donde el simple hecho de contemplarlas nos hacen olvidar frustraciones y desencantos de temporadas pasadas, y frecuentemente con un remordimiento de conciencia, pensar las matanzas que se hicieron en el pasado y se hacen en el presente de tan bello animal, que en estos frezaderos parece que las puso Dios para recreo de los sentidos.

Es el paisaje, el aislamiento que no la soledad, es la actuación personal, el olor a hierba recién cortada de los verdes prados.  Es el contacto y la convivencia con los demás animales que frecuentan los cursos fluviales, y con la propia Naturaleza de la que tanto se aprende en todo orden de ideas, es el reposo bien ganado después de un día duro de trabajo en que hemos puesto todas nuestras facultades físicas y mentales.

Para llegar a disfrutar de este bello deporte de la pesca, para lograr paladear los mil matices que son motivo de interés y de diversión, para conllevar con estoicismo y sin protesta las penalidades, las adversidades y las frustraciones, tendrás que ir amigo pescador provisto de algo sin lo cual será inútil cuanta buena voluntad pongas por tu parte, ese algo es una simple santa palabra que se llama AFICIÓN.

viernes, 14 de julio de 2017

La Trucha de Sardonedo y Yo.

Con la sonrisa en el pecho y la ilusión del niño que sale a jugar al recreo, y con la secreta esperanza de que alguna trucha tomara la "zanahoria", vadeé el río hasta alcanzar la cabecera de la tablada que había estado observando mientras me cambiaba. Me aproximé con sigilo a un pozo alimentado por una torrentera y me dispuse a estudiar la situación.

La mayoría de los pescadores que practicamos abitualmente esta técnica de pesca " al hilo ", tenemos una fascinación, una especie de atracción mística por los pozos y aguas profundas, intuimos que allí, en las profundidades, puede estar oculta la trucha de nuestra vida, por eso cuándo hoy entré al río, después de percatarme de que no había ningún pescador a la vista, me fuí derecho al pozo, a ese oscuro objeto del deseo.

Coto de Sardonedo. 
El monótono rugir de la torrentera, junto con el oscilante verde follaje de la orilla, el silvar pausado de las hojas de los árboles, y todo un mar de ramajes que cimbreaba a impulsos de la brisa, imperaban en la atmósfera de una mañana fresca y ventosa saturada por los aromas de las matas silvestres.  Iluminándolo todo, un sol receloso que empezaba a entonarse entre nubes blancas que iban apareciendo en el mar azul del cielo en cuya inmensidad flotaban algunas estrellas rezagadas, como esas hermosas mujeres que después de una noche de orgía se dirigen soñolientas al hogar, con el vestido deslucido, las flores marchitas y los ojos empañados por el desvelo.

En realidad más que un pozo era un tramo largo de aguas profundas,  protegidas por una exhuverante vejetación, así que puse especial cuidado en no enredar en las ramas el aparejo de dos perdigones, una zanahoria en punta, y un plátano más arriba.
Estos lances con un hilo tan fino y dos bolas de tungsteno, no te permiten rectificar en el aire como una mosca seca y una línea convencional, si calculas mal y el lance te sale largo, lo más probable es que los perdigones terminen enredados en alguna rama de la orilla.

La postura y la torrentera al fondo. 
La zona cubierta por la vejetación era la más profunda, por lo que decidí que los perdigones deberían pasar rozando el ramaje semisumergido. El lance fué preciso y perfecto, yendo a parar a la cabecera de la torrentera, haciendo que los perdigones ganasen profundidad a medida que derivaban hacia la postura elegida.
Al llegar los perdigones a mi altura, sentí un toque muy suave, casi imperceptible que me hizo pensar que las truchas no estaban ni por las frutas ni por las hortalizas, volví de nuevo a lanzar al mismo sitio y esta vez noté un tirón fuerte y seco al final del recorrido, justo cuando los perdigones comenzaban a ascender a la superficie por el efecto de la presión que egercia la corriente sobre ellos.

El hilo quedó entonces fijo en un punto del lecho del río, sin moverse en ninguna dirección, levanté la caña casi en vertical y apreté con fuerza el hilo contra el corcho de la empuñadura, el puntal se arqueó como una vilorta, parecía un penitente sediento de clemencia. Ya la tengo pensé... sin duda debe ser grande; pero seguía sin haber ninguna reacción, destensé y volví a tensar un par de veces, el hilo silvaba al cortar el agua pero todo seguía igual, pensé que quizás había enganchado en alguna rama sumergida, volví a tensar y destensar varias veces más inclinando ligeramente la caña hacia uno y otro lado con el fin de recuperar los perdigones o perderlos definitivamente.

Al cabo de un rato, mientras pensaba como salir mejor de aquella situación, noté una leve vibración en la mano que sujetaba la caña, una especie de traqueteo que me resultó familiar, fué entonces cuando supe que tenía clavada una trucha, y mi semblante cambió de repente, pero el hilo seguía fijo bajo la vena gruesa de la corriente que empujaba con fuerza en aquel tramo profundo, y no había forma de moverla, había allí algo mitad mío que tiraba con furia sin doblegarse en lo más hondo del agua, era consciente de que un movimiento violento de la trucha o de lo que fuera, sería suficiente para romper el fino terminal, así que procuré no hacer nada extraño que la asustara.

Coto de pesca de Sardonedo. 
Quieto como una estatua, intentaba recuperar algo de hilo para probocar que se moviera, pero no podía, la tensión hacía que continuamente se resbalara de entre mis dedos, aveces, ni siquiera sabía dónde lo tenía, pensé para consolarme que seguramente era el precio que había que pagar por pescar con hilos tan finos, sí pescara con hilos más gruesos, no me pasaría esto, pero entonces no sería igual, esta técnica perdería parte de su efectividad.

Después de cinco o tal vez diez interminables minutos empezó a moverse. De repente todo sucedió muy rápido, no se como, pero en décimas de segundo se llevó quince o vente metros de hilo, haciendo alarde de una increíble fuerza, fué maravilloso verla descolgarse aguas abajo a toda velocidad, al son de la ronca sinfonía como de tela rasgada que entonaba el vivarelli, regalándome al final del viaje una expectacular cabriola en el aire decorada con un gran aro de espuma que recordaré por mucho tiempo.

Ahora estaba seguro de que la vista no me engañaba, de que se trataba de un hermoso ejemplar de trucha. La dirección del hilo indicaba que todo seguía su curso normal, pero inesperadamente se volvió a clavar en el fondo como una roca, y eran inútiles cuantos esfuerzos hacia para moverla. De nuevo otra vez el hilo zigzagueaba en el agua, y otra vez volvía a resbalarse de entre mis dedos, parecía que el mismísimo diablo disfrazado de trucha tirase desde las profundidades, empezaba a sentirme algo excitado, pero aún podía mantener firme mi brazo, me acordaba en ese momento de MacLean y sus pozos del tiempo, pero no era capaz de saber si estaba entrando en uno de ellos o simplemente estaba inmerso en un fugaz estallido de la vida.

Pasaba el tiempo y los segundos se hacían interminables, el hilo seguía tenso y el puntal arqueado, empezaba a dudar si la trucha seguiría clavada o se habría liberado del anzuelo enredando el bajo en alguna de las raíces sumergidas, ahora si empezaba a sentir el brazo agarrotado y la mano algo entumecida, como si me faltaran fuerzas para seguir manteniendo el hilo en tensión, y como en tantas ocasiones me vino a la memoria los recuerdos de mi juventud, de aquellos años locos lanzando y vadeando el río todo el día sin parar, saltando cercas y torrenteras acarcavadas, descrestando peñas por riberas encañonadas y barrancos profundos, avanzando entre juncos y espadañas, caminando por sendas y atajos separando las traicioneras zarzas rastreras y mil herbazales que se agarraban al vadeador como lapas, cruzando praderios y maizales interminables, y cientos de pequeños arroyos,  bajo la lluvia y el sol, entre tormentas y heladas, entre el fango y el barro, entre ilusiones y ensoñaciones pueriles, ¡Dios mío! ¡que tiempos aquellos!

Coto de Sardonedo. 
Siempre recurro a la  melancolía para  relajarme, los recuerdos del pasado se aferran a uno como si formaran parte del cuerpo, pero no puedo permitir que se transforme en un vicio, no me ha llegado aún ese triste periodo de la vida de los recuerdos, en que el hombre pasa largas horas con la mirada puesta en el ocaso, pensando lo que hizo y no volvería a hacer, si bien es verdad que el pescador por viejo que sea, siempre tiene algún resto de esperanza en el santuario de su corazón, para disculpar su decadencia y rechazar la jubilación que el despiadado tiempo le presenta.
Pero... ¡que le vamos hacer! El hombre es débil, vive siempre soñando con la perfección humana que no consigue jamás, llega a la vejez y se irrita contra las anomalías y caprichos de la naturaleza, busca excusa a sus debilidades, a sus torpezas y a sus chocheces, sin poderse explicar por qué a manera que se caen los pelos de la cabeza dejándola semicalva, crecen con más fuerza y vigor los de las cejas, cuando tan poca distancia hay entre ellos. ¡ay amigo pescador si yo le contara! Esos pelos rebeldes, cuantos disgustos han causado y causan a los pescadores mayores. Yo por mí se decir que cuando en la superficie del agua veo varias moscas juntas flotando, no se cual es la mía, y cualquier sombra sospechosa me parece una trucha, los pelos de las cejas me desconciertan y la vista me engaña. Muchas veces he estado a punto de afeitarme las cejas, pero la pícara vanidad me ha hecho dejar las tijeras en el estuche, pues reconozco que estaría más feo de lo que soy con las cejas rapadas.

La Trucha.
Mientras me sentía enfrascado en estos pensamientos, el pequeño milagro ocurrió, la trucha empezó a moverse y sentí de nuevo un gran alivio. Entonces la vi por primera vez a pocos centímetros de la superficie, su cuerpo totalmente aerodinámico, me pareció un obús con aletas, me fijé en su cola que era tan grande como la palma de mi mano, casi no lo podía creer, era la trucha más grande que había visto en mucho tiempo, y me sentía feliz.
Después de algunas cortas carreras y coletazos, fué perdiendo vigor en su porfiria por desprenderse del traicionero perdigón que prendía de su boca, sus movimientos empezaban a volverse lentos y torpes y, poco a poco pude acercarla a la orilla para poder sacarla por la cola, pensé que así sufriría menos su cuerpo y, sobre todo su piel que con la red.

La emoción del momento me embargaba, apenas podía manipular el teléfono para inmortalizar con una fotografía el instante tan maravilloso que estaba viviendo, ni fuerzas me quedaban para levantarla.
Mientras la observaba boquiabierto como si fuera la primera vez que veía una trucha, bendije el día que vino al mundo un animal tan bello, era como una llama expuesta a los rayos del sol, en la que sobresalía una librea dorada de color amarillo ámbar florecida de rubíes, con escamas centellantes que parecían pequeñas pepitas de oro incrustadas en su resbaladiza piel, ocelada de pintas rojas y negras, ribeteadas de un aro blanco pálido.
¡Que grande es la Naturaleza! que se emplea a fondo para protegerlas, facilitándolas el engaño con los disfraces de formas y colores tan diversos  como el propio lecho del río donde viven. Así son las truchas de Sardonedo, por que así lo ha dispuesto sabiamente la Naturaleza, fuertes y bonitas.

La "Zanahoria"
Me dispuse a devolverla la libertad en la soledad más sublime y pasmosa, más admirable y epléndida, sin más testigos que la propia conciencia ni más jueces que Dios, tan solo la cámara de fotos del teléfono como notario de excepción.
Ya dentro del agua, muy cerca de la orilla donde la corriente perdía fuerza, la retuve cuidadosamente entre mis manos, y empecé a moverla hacia adelante y hacia atrás para que el agua hiciera su trabajo.
La trucha al principio parecía no racionar, como si no quisiera luchar por conservar la existencia, como si estuviera cansada de soportar tantos desengaños sufridos a lo largo de los años, pero la realidad era distinta, el esfuerzo por liberarse del falso alimento no había sido poca cosa y estaba agotada, tanto como lo estaba yo que tuve que arrodillarme para poder seguir reabilitándola, pero no la iba a dejar a su suerte, estaría todo el tiempo necesario hasta que notara que ya estaba lo suficientemente fuerte para soltarla.
Después de cinco o tal vez diez minutos empezó a mover languidamente su cuerpo, al principio eran sólo tímidos movimientos, pero pronto fueron incrementándose y las branquias empezaron a bombear, hasta que noté que quería marcharse, entonces la solté para que se recuperara definitivamente en las profundidades del río donde tenía su morada.

Para el pescador deportivo, hay pocas situaciones que le proporcionen tanta satisfacción como ver a la trucha que ha tenido entre sus manos alejarse desde la orilla resignada pero con nobleza y dignidad, después de haber luchado hasta la estenuación por conservar su libertad. Nada puede compararse, entonces es cuando comprendemos que el pez en si mismo no es el objetivo de nuestra pasión, ni un trofeo de pesca, ni una captura para medir nuestra vanidad, para el pescador deportivo, el pez es su amigo, capaz de brindarle recuerdos y momentos que guardará para siempre en su memoria. Es aquí cuando el espíritu deportivo del pescador alcanza su máxima expresión, que no en balde el hombre siente su superioridad sobre los demás animales, no cuando los mata, sino cuando una vez dominados es capaz de conservarles la vida. El pescador entonces se eleva sobre si mismo y se convierte un poco en aprendiz de los dioses, o tal vez de ese mismo y único Dios creador.

El "plátano"
Mientras la contemplaba alejarse, pensaba la suerte que había tenido ese día, en otras circunstancias lo más probable es que hubiera terminado en la cesta de algún pescador y luego en algún contenedor. Pienso que es injusta la vida con estas truchas, porque su único pecado ha sido tener la mala suerte de vivir y crecer en un determinado tramo del río, a muy pocos metros del límite que separa la vida de la muerte.

La emoción se reflejaba en mi rostro, había conseguido engañarla con una "zanahoria" en su propio medio, allí donde ella se setía segura y, vencerla en su estrategia de defensa, y la había devuelto su libertad para que de nuevo se convirtiera en un desafío para otro pescador, y poder soñar como yo, porque en la pesca participan pescador y pez, y si no hay pez no puede haber pescador.

¿Quién me iba a decir después de tantos años pescando el Órbigo que estaría engañando a las truchas de Sardonedo con una "zanahoria"? ¿ Quién iba a pensar que aquellas enormes truchas, invulnerables entonces se las podía engañar con esta mortífera mostacilla? Cuanto tiempo perdido haciendo la "garita", y cuanto tiempo malgastado dedicado a montar complicadas imitaciones de rancajos, gusarapines y frailucos. Sin embargo sigo pensando que no existe más arte en la pesca con mosca que montar en el torno varios gusarapines con pelos y plumas, y luego pescar con ellos en torrenteras y aguas agitadas de nuestros ríos, pero justo es reconocer que estos artilugios son muy efectivos, casi tanto como el propio gusarapin natural.

No me entraba en el cuerpo tanta alegría, me sentía como un torero dando la vuelta al ruedo con una oreja en cada mano, un hecho tan simple como capturar una hermosa trucha, es capaz de crearme un estado de ánimo particular, una especie de estado de gracia, ¡cuántas enfermedades se curarian si pudieran someterse los hombres al tratamiento de la pesca! De repente se olvidan de un plumazo tantos y tantos sinsabores, tantos días de acabar con el brazo roto y la espalda deshecha, tantas frustraciones y tantos esfuerzos. Es increíble que a estas alturas de la vida, uno todavía siga disfrutando de estas cosas, tratando de engañar un pez que luego devolvemos al agua. ¡Pero es que en el seno de esta naturaleza el hombre es otro! ¡olvida las penas! ¡se cree que está en otro mundo!

Con el brazo aún caliente y los recientes recuerdos de la lucha con la trucha, me senté en la orilla y respiré con avidez el aire puro y fresco de la mañana, seguido de un instante que me pareció eterno, en el que nada necesitaba ni nada añoraba, el Órbigo de nuevo me había regalado unos minutos únicos, de esos que todos los pescadores soñamos tener alguna vez. Me sentía a gusto y dueño del tiempo, como si tubiera toda la eternidad por delante para disfrutar de momentos como este, al fin y al cabo, quien más quien menos en alguna ocasión se ha sentido un poco niño por la ilusión de capturar una hermosa trucha, y un poco Dios por la grandeza infinita de devolverla la libertad.

Acaso sea aquí, en la soledad del río donde me sienta más vivo, la ciudad me quita el humor y me arrebata los placeres de la pesca y de la Naturaleza. Cada vez más, necesito oír la solemne sencillez del rugir de la torrentera y el silvido de las hojas de los árboles, y hallo en cada captura una nueva historia que contar, y en cada salida de pesca una nueva aventura para recordar, esto hace que mis pensamientos se desligen de las inquietudes cotidianas por agitadas que estas sean.

Seria estupendo que la Junta gestionara este tramo como sin muerte, es uno de los últimos reductos que nos queda para recordar viejas glorias, si no, muy pronto solo nos quedará esa mirada fría y hueca para recordarnos lo mucho que hemos perdido. De la misma manera que un día alguien eligió pescar y devolver en lugar de pescar y matar, debemos continuar evolucionando, es a mi juicio el único modo de seguir creciendo en la educación de una pesca deportiva, el único modo de asegurar y transmitir a las nuevas generaciones nuestra pasión por la pesca.

sábado, 25 de marzo de 2017

Consideraciones sobre la Mosca Ahogada con Sedal Pesado.

La pesca con mosca seca no es la única modalidad que se puede practicar con sedal pesado, tenemos además la ahogada y la ninfa, tres componentes que se complementan en la pesca con mosca y que hacen de un aficionado un pescador completo.
La experiencia junto con la estrategia a seguír en un determinado día y lugar del río, hacen que el pescador que desee capturar el mayor número de piezas opte por una, por dos, o por las tres soluciones en una misma jornada de pesca.
No se acaba de comprender bien como algunos pescadores pueden empeñarse en una modalidad determinada, dejándose guiar por los gustos personales sin tener en cuenta las circunstancias dictadas por la época, día, hora y lugar, factores todos que permiten que la acción de pescar sea un acto presidido por la razón.
Ninfa leonesa (sin lastrar).
Un pescador amante de la mosca ahogada, tanto en la modalidad de "pesca a la leonesa" con buldó como con sedal pesado y capaz de aceptar sus reglas y ponerlas adecuadamente en juego, no puede quedar indiferente frente a sus numerosos detractores, no puede más que indignarse al ver su especialidad tan poco practicada e ignorada de forma tan manifiesta.
La "Ahogada", esa modalidad de pesca tan denigrada, practicada cada vez por menos aficionados, pesca difícil y a la vez considerada fácil. ¿Necesita acaso una rehabilitación? No lo creo, esta modalidad tiene las más depuradas normas de nobleza. Nuestros antepasados como se pone de manifiesto en el Manuscrito de Astorga y otros documentos antiguos ya pescaban así, habiendo cambiado con el paso del tiempo solo los materiales.
Nuestros pescadores mayores, grandes especialistas en el arte de mojar bien las moscas, han actuado de la misma manera que sus predecesores, y los montajes de estas tradicionales moscas ahogadas o "mosquitos" leoneses están inspirados en la labor de ellos, porque ellos han sido durante generaciones la base incontestable de este tipo de pesca.
Mosca ahogada para sedal pesado. 
Las leyes que regulan la pesca con mosca ahogada y sedal pesado derivan de dos constataciones conocidas por cualquier pescador con un poco de experiencia, o simplemente que sea un poco observador. La primera concierne a los insectos de los que se alimentan las truchas, y la segunda al comportamiento de las moscas o "mosquitos"en el agua. Y esto es lógico, pues se trata de pescar con artificiales destinadas a imitar perfectamente los insectos de los que se alimentan los peces dentro del agua, y a confundir en su propio medio en este caso a las recelosas truchas.
La trucha al igual que la mayoría de los peces ve perfectamente bajo el agua, su medio natural de vida, por esto es mucho más capaz de apreciar los detalles de una mosca ahogada que de una flotante, es decir, inmersa en el aire.
De estas dos realidades derivan las dos reglas fundamentales de la pesca con mosca ahogada, con imperativa necesidad de alcanzar el más alto grado de calidad en la confección de las artificiales, especialmente en lo referente a la silueta, tamaño, colorido, y sobre todo a la calidad de las  plumas  que nos servirán tanto para imitar las alas del insecto, como los cercos y las patas.
Es preciso señalar que una mosca ahogada mal confeccionada pero bien trabajada por una mano experta, tomará más truchas que la mosca mejor concebida pero mal trabajada. No hay pues que descuidar la segunda regla que se refiere a la técnica a emplear

Moscas ahogadas leonesas. 
En el agua, las moscas artificiales deben moverse a la velocidad de la corriente en deriva muerta. Este es el gran secreto del éxito en la pesca con mosca ahogada y sedad pesado. Esta necesidad de una buena deriva dentro del agua condiciona de por sí la calidad de los materiales a emplear en el montaje de las artificiales.
La labor del pescador en esta modalidad de pesca con mosca ahogada y sedal pesado, al contrario que sucede en la pesca con buldó, donde el pescador tiene que ir recogiendo con la caña alta para que la línea no toque el agua, sino sólo el tramo donde están los "mosquitos", moviendo arriba y abajo el puntal para que la mosca bailarina navege por la superficie y se levante y se pose a intervalos, como lo hacen algunos hembras de Imagos al depositar los huevos sobre la superficie del agua, en esta modalidad de pesca  con mosca ahogada y sedal pesado, el pescador no tiene la necesidad de hacer vivir la mosca mediante el adecuado juego de tirones y descensos de la línea. Cada mosca, merced a los juegos de luz de la pluma y movimientos de la corriente debe dar su propia sensación de vida, como sucede con la pesca con mosca del salmón. El brillo, la testura y los tonos de la pluma, así como la adecuada posición de las fibras harán que la mosca derive sin dificultad. Silueta, vida, estabilidad, movilidad, buena deriva, etcétera, son pues las propiedades de una buena imitación de una mosca ahogada. El resto se complementa con los conocimientos hijos de la experiencia que permiten al pescador emplazarse en los mejores sitios, lanzar con precisión y sigilo, calcular la corriente, etcétera.
Pero ¿Y si no hay corrientes? ¿Y si nos encontramos con aguas paradas o semiparadas? Todo pescador de esta modalidad sabe que estos lugares no son los más indicados para la mosca ahogada, aunque son raras las aguas trucheras lentas o paradas, a lo sumo algún tramo. En cualquier caso siempre nos quedará la posibilidad de pescar estos escenarios con la seca, o bien buscar otros tramos más propicios si pescamos a "la leonesa con buldó.
A pie de río, junto al agua, se aprecia fácilmente que la mayoría de pescadores que emplean la ahogada con sedal pesado, son pescadores de seca o de ninfa puestos ocasionalmente a practicar esta modalidad. Han rastreado sus moscas colocándolas al extremo de una línea tensa con la caña alta, sin saber que la trucha en esta modalidad de pesca se clava sola, teniendo solamente la precaución de tener la punta de la caña baja, casi al ras del agua. Con la práctica de estos pescadores, una mosca ahogada parece equivaler a una ninfa plomeada. En estos casos, capturar alguna honrosa trucha es casi un acidente que tiene lugar por una afortunada conjunción de circunstancias, la trucha simplemente ha querido clavarse sola. Estos pescadores hacen precisamente todo lo que no hay que hacer. Esta inadecuada forma de pescar es lo que ha ocasionado el descrédito de esta modalidad de pesca entre muchos jóvenes pescadores, pesca de alevines, pesca fácil, etcétera. Estos pescadores practican la pesca al "toque" con una mosca ahogada, algo anormal completamente.

Hilos y sedas para la confección de los tradicionales "mosquitos leoneses"
Y ¿Que es un toque? Y ¿Que significa eso de que las truchas se clavan solas? Primero aclarar que los "toques" son las sacudidas que percibe en la mano un pescador que sostiene la caña en acción de pesca y que se relaciona inequívocamente con los movimientos que produce el pez al atacar un cebo. Pescando con mosca ahogada con el puntal de la caña alto y la línea tensa se puede afirmar que son precisos muchos "toques" para clavar un par de truchas, pues cuando se aprecia el "toque" es  ya demasiado tarde para dar el "cachete". Vemos pues que en esta modalidad de pesca hay que dejar que la trucha se clave totalmente sola, como sucede con la pesca con mosca del salmón, técnica basada precisamente en la mosca ahogada.  Pescar al "toque" es pues un error de manejo de las artificiales.
Una trucha que desea tomar una mosca ahogada abre la boca y aspira un buen volumen de agua que sale seguidamente por los opérculos, cuando el insecto en este caso la mosca artificial toca su garganta es retenida y analizada por la trucha antes de tragárla o expulsarla. Una línea tensa no permite o dificulta la aspiración correcta de la artificial por la trucha, esto explica que no menos del ochenta por ciento de ellas  se pierdan pescando así.
Por otro lado tenemos que los "toques"serán más apreciables cuando las moscas ahogadas deriven por la corriente aguas abajo, entonces el "cachete" de la mano del pescador solamente servirá para acabar de sacar la artificial de la boca de la trucha. Por tanto los "toques" con esta técnica pueden ser muy numerosos pero inefectivos, y como respuesta a esto los pescadores poco experimentados se limitan a sustituir sus moscas por otras más pequeñas.
Pescando aguas arriba, es decir, dejando que las moscas ahogadas deriven hacia abajo y utilizando esta técnica, están condenados a pescar rematadamente mal un río.
Clásico "mosquito leonés"
Pero en la pesca con mosca ahogada y sedal pesado, lógicamente en algún momento hay que dar el "cachete"para que profundice el anzuelo en la boca de la trucha y quede bien clavada, ese  momento depende de una correcta apreciación de la línea, y varía de una trucha a otra, de un río a otro, de la época, de la temperatura del agua, o de los diferentes insectos que en ese momento estén eclosionado o insectos arrastrados por la corriente muertos o emergiendo, también es diferente si se pesca aguas arriba o aguas abajo.
El "cachete"exige una buena vista, absoluto control de las emociones, buenos reflejos, una mano dulce, y algunos aspectos secundarios más. Esto lo saben bien los pescadores de mosca seca cuando se les acelera el corazón viendo subir una hermosa trucha a su mosca.
Un pescador con gran experiencia en este tipo de pesca ve como alrededor de un cuarenta por ciento de sus potenciales capturas recobran la libertad sin llegar ni tan siquiera a percibir el"toque". Una parada en la deriva de la línea o un cambio de dirección, son todos signos difíciles de definir y cuya adecuada comprensión pertenece al reino de lo que se entiende por "sentido del agua"por parte del pescador. Solamente la práctica es capaz de dar al aficionado la necesaria experiencia, esta especie de sexto sentido que hace que los pescadores que lo poseen claven trucha tras trucha, mientras que un neófilo seria incapaz de apreciar el menor de los signos, o un pescador poco experimentado diría que la mosca no ha sido tomada bien por la trucha.
Emergente montada en anzuelo del 20.
El mejor consejo para los que deseen aprender bien este arte es que se dediquen un día a acompañar a un experto. Si tienen la suerte de poder observar a un maestro, y aquí en esta maravillosa tierra hay muchos, verán encenderse dentro de ellos una lucecita que con un poco de practica crecerá hasta permitirles ser buenos y grandes pescadores de ahogada.
En más de una ocasión y habiéndome encontrado en el río con alguno de estos maestros, me he olvidado de pescar con la seca para observar a mis anchas sus sensacionales movimientos.
La elegancia, la desenvoltura, la simplicidad y economía de sus gestos me hizo una vez fijarme en un viejo gitano, una lluviosa mañana de abril en el río Esla, sin una sola perdida, clavó y sacó del agua treta y seis truchas (36) en poco rato, bien es cierto que eran otros tiempos, pero así todo se trataba de un maestro de la mosca ahogada. Vino hacia mí que le observaba embobado, y simplemente me dijo 《mañana hará buen tiempo》. Entonces yo era muy joven y comprendí lo mucho que tenia que aprender en pesca, entreviendo el maravilloso mundo que se me ofrecía ante mí, y al que después he dedicado gran parte de mi vida. Fue sin duda una inmensa suerte para mi poder observar a este hombre cuya silueta pasaba siempre desapercibida entre la maleza que le rodeaba. Su caja de moscas de hojalata, casi tan grandes como su cesta, me dejó boquiabierto cuando me la enseñó, sus modelos de moscas ahogadas y algunas ninfas confeccionadas con sedas y plumas de riñonada de los gallos de León, eran verdaderas maravillas de exactitud y realismo. Este hombre había adquirido la suficiente confianza en sí mismo para poder afirmar sin petulancia, 《pescar una trucha es solamente saber que se la va a pescar》, como se mentalizan los grandes campeones de nuestros días  antes de una competición, o como pienso yo cada vez que salgo en busca de la brava pintona.
Clásica cuerda de mosca ahogada leonesa.
 ¿Como debemos entonces presentar nuestras moscas ahogadas? No hay ninguna Ley, reglamento o norma que nos impida el empleo de ninfas estilo leonés, osea ninfas sin lastrar, o imitaciones de emergentes, subimagos o imagos muertos arrastrados por la corriente.
Es raro que las truchas muestren preferencia concreta por alguno de los tres estados salvo por las emergentes. Por todo esto se puede estimar que el empleo de una imitación de ninfa siempre sin lastrar, bien sea en periodo de actividad o de muda, merece toda la confianza del pescador en cuanto a efectividad. Este es el método que se conoce como "pesca a la ninfa", y la técnica es la misma que con la mosca ahogada.

Vasto es también el apartado concerniente a las "emergentes", cuyas imitaciones deben utilizarse con la temporada bastante avanzada hasta el final de la misma. Esos días de auténtico frenesí por parte de las truchas, con infinidad de cebas  y aros en la superficie del agua, pero que nos las vemos y deseamos para capturar alguna con la mosca seca  y se nos va el tiempo en cambiar una mosca por otra, esos días son ideales para poner en juego esta técnica de pesca con mosca ahogada y sedal pesado.
Ninfa emergente (sin lastrar), Nr. 18
A diferencia de la pesca con mosca del salmón donde generalmente se practica en rios grandes y caudalosos, y se precisa de lances largos aguas abajo, para que el salmón no note nuestra presencia dejando la mosca en deriva muerta, la ahogada rentable con sedal pesado no requiere lanzamientos de competición, la precisión importa infinitamente más que la longitud, teniendo en cuenta que nuestros ríos ni son grandes ni caudalosos, y casi siempre vadeables.
Para conducir mejor las moscas y que ofrezcan menos resistencia a las corrientes, e incluso marquen mejor los "toques", hay un tipo de línea a elegir, es la más fina que podamos manejar y que además nos sirva para pescar a seca y ocasionalmente a ninfa.
Pescando aguas arriba, aguas abajo y a través alternativamente el tramo de un río, la línea no debe engrasarse. El hándicap que representa pescar aguas arriba queda paliado con una recuperación ordenada de la línea.
Una caña de nueve pies de acción moderada, osea de acción rápida con puntal flexible, nos permitirá colocar las moscas sin falsos lances, lo mismo que hacen los pescadores de salmón con mosca. Utilizar líneas como máximo del cinco, para con la misma caña y línea poder pescar también a seca y ocasionalmente a ninfa lastrada, en este caso solo haría falta engrasar la línea.
No obtante seria conveniente poseer una caña de entre once y doce pies de características similares, y que utilizaríamos en aguas fuertes y tramos que nos permitan pescar aguas abajo, y en general cuando precisos de lances más largos de lo habitual. El carrete no debe ser más que una reserva de línea, por lo que un modelo simple y ligero seria suficiente. Todo lo contrario que para la pesca con buldó donde el carrete tiene que permitirnos mantener en todo momento la tensión del conjunto de "mosquitos", para que sea la trucha la que se clave al intentar capturar la artificial. En este caso no precisamos realizar el "cachete" ya que en realidad es como si la trucha lo realizara por nosotros al encontrarse mordiendo un anzuelo contra un nailon tenso.
Se puede pescar con una o dos moscas ahogadas, pero el bajo de línea más común y el que nos permite la normativa de pesca vigente de esta Comunidad Autónoma de Castilla y León, es de tres moscas o "mosquitos" sin lastrar, y que se encuadra dentro de la modalidad de "PESCA CON MOSCA A LA LEONESA".
Ninfa emergente  (sin lastrar), Nr.20
Cuatro son básicamente las diferencias del montaje de estas moscas con respecto a los tradicionales "mosquitos" leoneses. Primero : los anzuelos para estas moscas son de anilla, de tamaño acorde al insecto a imitar y época de pesca. Segundo : el grado de inclinación de las fibras de la pluma con respecto a la tija del anzuelo  deben quedar posicionadas en torno a los treinta grados con el fin de conseguir una deriva lo más natural posible, mientras que en los "mosquitos" tradicionales pueden llegar a estar en torno a los setenta y más grados. Tercero : la cantidad de fibras deben ser escasas, aproximadamente la mitad que para los "mosquitos", para que el hundimiento se produzca rápido. Cuarto : las fibras deben ser de la máxima calidad, preferentemente de riñonada de los gallos de pluma de León.
Ni que decir tiene que tanto estas moscas como las ninfas y emergentes que empleemos con esta técnica de pesca no deben ir lastradas, y tanto el cuerpo como la brinca se realizarán preferentemente con seda natural, ya que este material dota a la mosca de mayor movilidad y realismo que otros materiales dentro del agua al quedar las fibras uniformemente repartidas, en algunos casos pegadas al cuerpo de la artificial como si de un subimago muerto arrastrado por la corriente se tratara, incluso como insecto emergente o ninfas en periodos de muda. La cabeza es aconsejable no rematarlas con pegamento o barniz, pues estos materiales deterioran y distorsionan tanto la seda como la propia cabeza de la artificial. Los cercos en estas moscas son optativos, si bien los expertos maestros en este arte aconsejan prescindir de ellos.
En los tramos donde este permitida la pesca con muerte, se pueden utilizar anzuelos con arpón o muerte, lo mismo que si pescaramos a "la leonesa" con una cuerda tradicional y boya, solo que con un máximo de tres moscas, pues esta técnica de pesca está considerada una modalidad más dentro de la tradicional "PESCA A LA LEONESA".
Ninfa emergente  (sin lastrar)
En cuanto al montaje de las fibras es muy importante que estas queden siempre con la parte más brillante hacia arriba, y en ningún caso se deben cortar.
La inclinación la fijamos si hiciera falta con el hilo de montaje forzando con algunas vueltas en dirección a la base del cuerpo y presionando para que alcancen el grado de inclinación deseado, y con la uña del dedo gordo presionar también en la base del penacho de fibras a la vez que hacemos un ligero movimiento a un lado y a otro para repartir uniformemente las fibras que deberían quedar con una abertura de ciento ochenta grados (180°) más o menos, formando a continuación la cabeza y asegurando el nudo final.
Dejando a parte la estricta y comprobada productividad de las ahogada respecto de la seca, especialmente durante el primer tercio de la temporada, y juzgando de acuerdo con un número determinado de jornadas dedicadas íntegramente a una u otra modalidad, incluyendo la pesca al "hilo" o a ninfa, es lógico suponer que un pez, en este caso una trucha, se alimentará mejor en su medio que en la superficie del agua, osea en el aire. A pesar de esto me es imposible decidirme abiertamente por uno u otro método sin poder llegar a la orilla del río y ver las circunstancias particulares de la jornada, donde la estrategia a seguír juega un papel determinante.
La pesca es un deporte aveces divertido, pero sobre todo es un deporte serio y una continua enseñanza. Detesto la captura acidental, prefiero la calculada con mérito propio. El solo y exclusivo afán de pescar mucho me produce cierta embriaguez mental, incompatible con mi forma de ser, donde lo que prima es la dificultad y el sacrificio, y también las delicias que me proporciona la pesca deportiva de la trucha.